7.26.2013

Serían las 6 de la tarde...

...cuando entro un tipo raro en la tienda. Era un personaje que aun con evidentes signos de estar enganchado a algún tipo de droga no resultaba violento, más bien al contrario. Menudo y seguramente menos viejo de lo que aparentaba, entro dando pequeños pasitos de geisha acompasados con sutiles saltitos. Yo le miraba fascinada desde la mitad de la tienda, y poco a poco, se fue acercando hasta llegar a mi. Me miro fijamente a los ojos, vaciló y finalmente soltó un:
-Ay... ay espera que se me ha olvidao...
Acto seguido giró sobre si mismo con los mismos pasitos de geisha y dando esos simpáticos y extraños saltitos. Cuando hubo terminado su vuelta me volvió a mirar fijamente, y como a aquel que por fin le llega la inspiración, abrió mucho los ojos y me dijo:
-Ah! ya!, ¿vendéis aquí cerveza?
Estupefacta sólo acerté a negar con la cabeza y a pronunciar un bajísimo y extrañado: No. ¿Acaso no era evidente que esto es una tienda de cosas para niños?. Parece que para el misterioso cerebro de aquel tipo raro no estaba nada claro.
Una vez recobré el control de la situación le indique que se fuera al chino, y con sus mismos pasitos y saltitos salió de la tienda.
El tipo físicamente se parecía mucho a aquel mítico yonki de callejeros, el de "hay cinco derechos fundamentales..."

Pasar más de 8 horas al día durante 6 dias a la semana en un lugar con la puerta permanentemente abierta a cualquiera es lo que tiene, y sinceramente, es una de las cosas que más me gustan de todo esto.
La cantidad de personas raras, obsesivas, perdidas, pedigüeñas, desnortadas, felices y desacomplejadas que entran en la tienda le dan sal y pimienta a mi existencia, y rompen con esa monotonía de la que me empeño en no creer a pesar de pasar tanto tiempo en los mismos 35 metros cuadrados.
Nunca he pensado que lo excitante y divertido de la vida se encuentre en hacer cosas diferentes cada día, creo que lo excitante y divertido se encuentra únicamente en nuestro cerebro y en la forma que cada uno tiene de entender los acontecimientos. Desde que soy pequeña (y así lo atestigüe y recordé el otro día leyendo viejos diaros de mi muy tierna primera adolescencia) soy consciente de que lo que a mi me da felicidad son todos esos detalles escondidos dentro de la cotidianeidad. 
Como el otro día, cuando una chica, perfectamente normal y de mediana edad, se quedó mirando mi cartel en el que anuncio que tengo rebajas y literalmente pone "REBAJAS 50% SALES", me preguntó desde la puerta, un tanto extrañada y un tanto como el que ha descubierto lo que venía buscando, si vendía SALES MINERALES. Sí, sí, minerales, no de baño, no de frutas, al fin y al cabo igual podría haber pensado que esto era algún tipo de herbolario molón, no, para ella, esas mágicas SALES, no podía hacer referencia a otra cosa que no fueran sales minerales, daba igual que por toda la calle en todos los escaparates pusiera SALES, justo se fue a fijar en la única tienda que no tiene escaparate pero que anuncia sus rebajas en una pizarrita atada a una farola. Aguantándome la risa le dije que no, que lo de SALES signifiacba rebajas en inglés y que lo ponía así porque vienen turistas y porque... ¿que hacía yo explicando eso?, me preguntaba.. pero era eso o explotar a reír, y me pareció notar un poco de vergüenza en la expresión de esta mujer-perfectamente-normal al ser consciente de su simpático error.
También entran muchos que piden dinero, y esto no suele ser tan divertido... los rumanos jóvenes que entran haciéndose los mudos y quieren que firmes no se qué sobre una incapacidad, he de reconocer que me dan miedo. Además de firmar te piden dinero y como miran con cara de asesinos a sueldo uno no puede más que darles. Pero un día decidí que no, que iba a ser una tendera al más puro estilo de Vigo Mortenssen en la escena del bar de Una Historia de Violencia. Le dije al muchacho que no le daba, me insistió, le repetí que no, -en mi cabeza peliculera- cruzamos miradas heladas, le mantuve la mirada y pensé que por mucho que en mi imaginación era capaz de dar una paliza a lo Kill Bill, realmente soy una mierdecilla y cualquier golpe que intentara dar me iba a salir rana. Mi corazón iba a mil. Me volvió a insistir, esta vez con un gesto que claramente decía: -Que si, que tu sabes que me tienes que dar un euro o te vas a arrepentir- y yo le contesté con otro gesto que claramente decía: -Que no, que te pires-
Y se fue. Fin de la historia.
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Luego también están las situaciones de miedo grotesco. Estas situaciones son simpáticas una vez las has pasado y las cuentas tranquilamente tomándote una caña con tus amigos, pero mientras pasan uno sólo piensa en salir corriendo y pedir auxilio. De estas recuerdo especialmente dos, aunque probablemente haya muchas más:
Una ocurrió un 5 de enero, la mismita noche que vienen los reyes magos. Iba a cerrar pronto pero ya de noche cuando entró un tipo enjuto, alto, corpulento y con evidentes signos de vivir en la calle. Afortunadamente yo estaba en la puerta y no dentro en el mostrador, -estar dentro te sitúa en una posicición de callejón sin salida que propicia la sensación de miedo e incapacidad de salir huyendo-. Esta sombra terrorífica entró en la tienda y yo le observé desde fuera. Escudriñó cada uno de los rincones, lo miró todo sin tocar nada, y finalmente se giró y lleno de odio me espetó: -Todo esto -y mientras abría los brazos refiriéndose a todas las cosas de la tienda- pertenece a mi padre, y mi padre vendrá y se lo dará a sus hijos-. Yo asentí como tonta, como cordero degollado que está a punto de hacerse pis encima. -Va a venir,-continuó- y se lo dará todo a sus hijos.
Acto seguido se marcho, yo cerré corriendo y huí a mi casa a esperar a los Reyes Magos.
Huelga decir que su padre nunca vino a llevarse nada para sus hijos.


Pero mucho más absurda fue la vez que entraron una pareja de yonkies un domingo por la tarde. Los domingos por la tarde la tienda está cerrada, pero en aquella época yo estaba de baja por maternidad e iba los domingos a hacer caja y comprobar cosas. Ese domingo estaba a punto de cerrar cuando entro una pareja de yonkies de libro, de esos que no esconden nada, que sus andares, su figura, sus dientes, su piel, su voz, todo, absolutamente todo, les delata. Que una pareja de yonkies se metan en tu tiendita para bebés un domingo por la tarde con la verja medio cerrada haría que hasta el mismísimo Bob Esponja se pusiera alerta. Pero yo estoy segura que en la cabeza de estos Bonny and Clyde postmodernos su aspecto era completamente normal por lo tanto estaban en disposición de efectuar un Gran Golpe, uno de estos robos inteligentes con estrategia, de los de "yo la distraigo y tu pasas a la acción". El que parecía el hombre se acercó a mi y mientras señalaba a mi pequeño maniquí me preguntaba con esa nasalidad tan característica si tenía "lentes de contacto". Esa era su tácnica.
-Lentes de contacto, que si tienes lentes de contacto, lentes, si, de contacto, ¿tienes lentes de contacto?.- Cuando pude salir del estupor vi a la que parecía una mujer escabulléndose en cuclillas por detrás de su pareja, que no por detrás de mi, así que dejaban toda la jugada a MI vista, intentando llegar de forma sibilina hasta mi caja registradora. Entre una mezcla de "serán gilipollas" y "vaya miedito por donde me saldrán estos", decidí empujar al que a todas luces era el cabecilla del golpe, salir a la calle y gritar pidiendo ayuda. Llame al Jonny, que seguramente es amigo suyo, y del que ya he hablado en otras ocasiones, y con el que tengo otras muchas anécdotas demenciales. Al ver mi escenita los dos salieron de la tienda refunfuñando.

Sí, luego también hay que aguantar a los que te quieren vender alarmas, revisar la factura de la luz, convencerte de que pagues publicidad en sus medios, que les compres pulseras e incluso pepinillos en vinagre y anchoas del Cantábrico, la vecina que piensa que es buena idea traerle un gorrioncillo medio muerto a tus hijas para que jueguen con el, el tipo raro que sube y baja la calle vestido con una bandera enrollada al cuerpo y un sombrero de flores, los modernos con estilismos de egobloggers, la que habla con su perro... pero al ver día a día a toda esa amalgama de gente que vive y transita en tu órbita, con sus idas de olla, sus problemas y su manera de ganarse la vida, veo el auténtico palpitar de una ciudad, me doy cuenta de que pertenezco a un mundo muy pirado y me siento feliz.


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